sábado, 1 de septiembre de 2012

Los tamangos (4)


Quintana viajaba a la quinta en una Agrati de cincuenta centímetros cúbicos, una moto tan destartalada y ruidosa que se escuchaba desde varios quilómetros antes de llegar. Para ir al trabajo, Quintana debía levantarse muy temprano y preparar el desayuno para sus tres hijos. Después los llamaba, los servía, los ayudaba a vestirse y los acompañaba a la escuela. Su mujer lo había abandonado por un empleado de Catastro. Quintana nunca mencionaba estas cosas. En la quinta nos enteramos de la historia por boca del capataz, que no paraba de reír mientras la contaba.
Quintana llegaba al galpón, dejaba la moto recostada contra unos tablones y nos saludaba con la mano. A veces, abría el bolso y sacaba un paquete de biscochos que había comprado al salir del pueblo. Nos invitaba y comía con grandes dentelladas. La masa daba varias vueltas entre las encías desnudas antes de desaparecer. No tomaba otro biscocho antes de que los demás termináramos de comer el nuestro. Cuando lo hacíamos, volvía a invitar y se servía él al final. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario